El lago de los silencios

El lago de los silencios: donde el alma aprende a escuchar

Liora, la guardiana de la luz

En un rincón escondido del bosque, donde los árboles formaban un techo de susurros y el viento hablaba en voz baja, había un lago tan quieto que parecía un espejo del cielo. Allí vivía un cisne blanco, el único de su especie en muchos kilómetros a la redonda. Su nombre era Liora, que en el lenguaje de los pájaros significa «la que guarda la luz».

Liora no volaba con otros, no graznaba ni alborotaba. Su vida era una coreografía serena entre nenúfares, reflejos y amaneceres suaves. Pero aunque su belleza era admirada por todos los animales del bosque, había algo en ella que nadie sabía: su soledad.

Cada noche, cuando la luna se alzaba redonda sobre el lago, Liora nadaba en círculos perfectos, y cada brazada suya creaba ondas que parecían notas de música. Era entonces cuando el bosque entero se quedaba en silencio. Hasta el búho contenía su canto. Porque de algún modo, la danza de Liora era una canción muda, una melodía sin sonido que sólo los corazones sensibles podían sentir.

Un día, llegó al bosque un joven ciervo cojo, herido por cazadores. Se refugió cerca del lago, y desde su escondite, observaba a Liora moverse como si flotara en un mundo aparte. Aunque no podía acercarse, cada noche se sentaba a verla danzar. Y poco a poco, su dolor empezó a calmarse.

La música que se siente

Pasaron los días, y Liora también comenzó a notar la presencia del ciervo. No con la vista —porque él siempre se escondía— sino con el corazón. Y así nació algo nuevo: una música invisible los unía.

El invierno trajo su hielo, pero el lago, donde Liora nadaba, nunca se congeló del todo. Algunos dicen que era por la calidez de su alma. Otros dicen que era la música que ella creaba. Y cuando el ciervo por fin pudo caminar otra vez, apareció ante ella, se inclinó y dijo:

—Gracias. Nunca te he oído hablar, pero tu silencio me sanó.

Cuando el silencio sana: el cisne y el ciervo

Liora no respondió con palabras. Solo se acercó lentamente y dejó que su reflejo se mezclara con el de él en el agua. Desde ese día, cada noche, el cisne y el ciervo se encontraban en la orilla. Y aunque ninguno decía una palabra, el bosque entero sabía que allí, la música más hermosa no era la que se escuchaba, sino la que se sentía.

Inspirado en la música, “El Carnaval de los Animales, El Cisne” de Camille Saint-Saens.

Autora: Rocío Abril Viveros.

***

¿Ya conoces nuestro canal de YouTube? ¡Suscríbete!

Silencio: Mágica Palabra

El tiempo y la Impermanencia en el mundo griego

Por favor, comparte:
Un comentario

Añadir un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *