Gedeón y el Ángel: Cómo vencer los miedos

Gedeón y el Ángel: Cómo vencer los miedos

Gedeón en el lagar se encuentra con el ángel

Encontrado en el Escondite

Imagina a Gedeón: no en un campo abierto, sino oculto en un lagar —un lugar diseñado para pisar uva— usándolo para trillar trigo a escondidas. El miedo a los madianitas lo había arrinconado y trabajaba, en el sitio más recóndito para no ser descubierto. Su historia es la nuestra (y la de los apóstoles, que después de la muerte de Jesús estaban encerrados en una sala por miedo a los judíos): la de quien realiza su trabajo, cumple sus obligaciones, pero desde la sombra, con miedo. Quizás hoy diríamos que tenía baja la autoestima.

El miedo no solo paraliza; nos hace reducir nuestro mundo. Disfraza nuestros talentos, apaga la audacia y nos convence de que somos demasiado pequeños e insignificantes. Y es precisamente ahí, en ese «lagar» personal de trabajo —como diría Teresa de Jesús: “también entre los pucheros anda Dios”—, donde a menudo nos encuentra la voz espiritual.

La Paradoja del Ángel

El ángel se le aparece y no le hace un reproche: «¿Qué haces escondido?». Lo saluda con una declaración que parece una broma: «¡El Señor está contigo, valiente guerrero!» (Jueces 6:12). Palabras fuertes y contradictorias frente a la realidad: ¿“Valiente guerrero”, si está escondido y temeroso?

La batalla Interior

Gedeón se resiste. Argumenta: «Mi clan es el más pobre… yo soy el más pequeño». Pero el ángel insiste en la nueva identidad: «Vete con esa fuerza que tienes (…). ¿No soy yo el que te envía?». La primera batalla de Gedeón no fue contra los madianitas, sino contra la propia identidad. ¿Quién soy yo?, es una de las grandes preguntas del ser humano.  Gedeón empieza en este encuentro a descubrir quién era realmente. Vencer el miedo comienza cuando aceptamos la posibilidad de que somos más de lo que creemos.

 La Señal  no Reemplaza la Acción

Gedeón duda y pide señales. Y Dios se las concede. Esto nos muestra que la duda no descalifica, pero hay un detalle crucial: la señal no es un fin, es un empujón para cumplir la misión a la que estamos llamados.

Hace poco, un joven estudiante de medicina contaba su historia. Había fallado un examen decisivo y la nueva oportunidad era al día siguiente. Pidió oración.
Fue a la iglesia a rezar y pidió una prueba de que le iría bien. Mientras estaba allí, el párroco —a quien llevaba meses intentando encontrar— se acercó, le tocó el hombro y le preguntó si necesitaba algo. Era la señal que había pedido.
Pero al día siguiente, no fue al examen.
El miedo lo detuvo de nuevo.
La señal estaba, pero faltaba el paso.

La diferencia entre Gedeón y este joven no fue la claridad de la señal, sino la voluntad de actuar. Gedeón usó la confirmación como combustible; el joven, como una meta en sí misma. La fe que vence el miedo siempre se traduce en acción: del ser al actuar.

 Tu «Lagar»  personal

¿Estoy escondiendo mis talentos o mis sueños?

¿Cómo manejo mis miedos? ¿Actúo guiado por la fuerza interior?

¿Qué te parece la reacción de Gedeón?

¿Estoy escondiendo mis talentos o mis sueños?

¿Por qué me cuesta verme —como “valiente guerrero”— y tiendo a mirar solo mis límites?

¿Qué parte de mí se siente pequeña o insignificante?

¿Cuántas veces he recibido una confirmación interior… pero no he dado el paso que se me pedía?

¿Qué altares viejos debo derribar: hábitos, pensamientos o dependencias…, que me atan?

¿Qué significaría para mí “salir del lagar” y presentarme, aun con miedo, a la batalla de la vida?

Si el ángel me dijera hoy: “El Señor está contigo, valiente guerrero”, ¿qué respondería yo?

El Gran Milagro de Gedeón

Puede que el verdadero milagro en esta historia no sea que el ángel se le apareciera y le hablara, sino que Gedeón escuchó.
El Silencio Interior —ese espacio donde el alma se aquieta— nos ayuda a escuchar a los seres espirituales llamados ángeles.

Si nos atreviéramos a oír esa voz, quizá descubriríamos que, en lo profundo de cada uno de nosotros, habita un “valiente guerrero” esperando salir a la luz: dispuesto a vencer las batallas cotidianas contra los enemigos más feroces —odio, rencor, avaricia, egoísmo, soberbia…—

¿Crees que podrás?

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