Las dos experiencias

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El otro día me preguntaba un amigo por qué había escrito un libro sobre los salmos. Le dije que brotó esencialmente de dos experiencias. Una experiencia personal íntima. Y la otra de la experiencia ajena.

Nací a escasos metros de un convento cisterciense, monjes de clausura. Allí escuché, aburrido de niño, asombrado de adolescente, agradecido a Dios de sacerdote por el don recibido, los cantos gregorianos que empapaban los distintos salmos de la Biblia. A lo que hay que sumar los años de niñez, adolescencia, juventud que pasé en el Seminario, en total quince, en los que todos los días rezábamos y cantábamos los salmos. Esta es la experiencia personal

Luego vino el ministerio sacerdotal. Recibiendo personas en dirección espiritual empecé a sugerirles que rezaran alguno de los salmos. Ellos me contaron lo mucho que le habían ayudado rezar determinados salmos. Esta la experiencia ajena.

Es que la sabiduría humana, a aparte de los conocimientos muchos o pocos, nace de la experiencia o si no, no es verdadera sabiduría o, al menos, le falta un condimento importante.

Me cuenta un amigo: – “Tengo sentimientos encontrados”. “¿Motivo?” Le contesto. El me responde: “Porque mi señora tiene un grave conflicto en su familia. Eso me duele, no sé cómo ayudarla, porque sufre mucho. Pero, por otro, tengo ganas de darle unas “trompadas”, perdone la expresión. ” ¿Motivo?” Le pregunto. “No la entiendo. A veces dice cosas con tanta lógica, tan coherentes que me deja sorprendido. Pero mucho más me deja con la boca abierta cuando luego hace todo lo contrario a lo que tan sabiamente había hablado”.

“Amigo mío, contesto, son cosas de la vida que se solucionan con experiencia. Conocí a Andrés, joven deportista, fútbol, básquet…, que se reía de uno de los profesores, Aquilino, más de veinte años mayor, que practicaba ciclismo y tenis. Le solía decir, “por mucha técnica que tengas te muevo en la cancha de tenis y termino ganándote”. Lo mismo con la bici, “si me prestan una bici te paso fácilmente, ya eres mayor para estas cosas”. El fin de semana jugaron un partido de tenis, Aquilino terminó aburrido porque Andrés, el joven deportista soberbio, no le devolvía ni una pelota. Este se quiso vengar y le retó a una subida en bici a una montaña. El joven terminó subiendo con la bici en la mano mientras Aquilino le estaba esperando en la cresta de la montaña”.

-“Pero no todo se puede experimentar”, me rebate. “Cierto”, respondo. “Pero hay un ingrediente de la verdad, de la sabiduría que tiene que ver con la experiencia. Esta puede ser en la propia carne, pero también aprendiendo de lo que ves, oyes, hueles, tocas, saboreas. En una excursión con niños, uno de ellos se metió entre unos matorrales y se cayó en un pozo. No se lastimó pero nos dio a todos un buen susto. Los demás aprendimos, por experiencia ajena, que no se debía pasar por entre esos matorrales porque había un hoyo enorme y peligroso”.

Tanto si es en tu cabeza, como en la del vecino es bueno tener en cuenta que se aprende mucho, tanto de la experiencia propia, como de la ajena, de las dos experiencias.

Gumersindo Meiriño Fernández

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