Camino de Santiago I: El encuentro entre peregrinas

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Hace casi más de un año, en compañía de un grupo de amigos, comenzamos a dibujar la idea de peregrinar a Santiago de Compostela ubicada en Galicia, España; el único dato que teníamos era que todo aquél que lo recorre ya no vuelve a ser el mismo, se transforma o decide acerca de cuestiones profundas que cambian el rumbo de su vida.

Pasó el tiempo, tuve un sueño, y se lo conté a mi amiga Analía, sin saber que sería yo la que luego se convertiría en su compañera de travesía.

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Le dije: – Soñé que íbamos caminando las dos. Íbamos sin el grupo, y agregué: – presiento que no vamos solas -.Varios meses más tarde, así fue, emprendimos el viaje con la ilusión de dejarnos sorprender por cualquier cosa que sucediera a lo largo del trayecto que habíamos pautado. No bien llegamos a la ciudad de Lugo para dar comienzo a la peregrinación, fuimos testigos de una sorpresa de esas que llamamos “sincronicidad” en el mundo espiritual. Coincidencia que resulta mágica y epifánica como si existieran conexiones entre personas, informaciones o sucesos con hilos invisibles. Se presentó en forma de mujer y de origen colombiano mientras Ana y yo desayunábamos en un café del lugar.
Cristina estaba sentada sola y escuchó nuestra conversación y la invitamos a unirse a la mesa. Ella se encontraba recorriendo Europa y decidió que quería llegar a Santiago, con su mochila cargada de unas pocas ropas y de mucha esperanza al igual que nosotras. Fue maravilloso ver como se le abrían los caminos, no tenía hospedajes previstos, ni ruta definida (dos aspectos importantes para un peregrino), pero tenía algo que le brotaba por los poros: determinación y fuerza de voluntad; logramos sin esfuerzo que consiguiera hospedarse en todos los albergues que habíamos reservado con Ana para tal propósito. Durante una semana fuimos como tres mosqueteros inseparables.  Esos días estuvieron plagados de risas, anécdotas, historias de vida, intercambio cultural de diferentes acentos, café, mate, reflexiones y silencios.

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El orden del cielo es tan perfecto que jamás imaginamos cómo o por qué se entretejen los eventos hasta que pasado un tiempo, comprendemos para qué sucede lo que sucede. Luego de caminar casi 28 kilómetros, mi rodilla me dio la señal de que no iba a poder continuar; que había otro plan para mí, distinto al de las chicas; para mí el Camino fue frenar y aceptar que algo me decía hasta aquí podes llegar ; en cambio, para ellas implicaba tener que continuar sin mí.camino-de-santiago-1
Los días siguientes a que el médico me dijera que ya no era conveniente seguir, dimensioné el rol que ocupaba en nuestro plan ésta mujer, a la que apodamos con cariño “cafecito”, infusión muy popular de Colombia y que ella tomaba como si fuera agua. Ella acompañó a Analía para que no estuviera sola, la cuidó como una madre permitiendo concretar el sueño y la meta de llegar y en paralelo esto habilitaba mis espacios de introspección que me sirvieron para mirar mi vida desde diferentes ángulos; la misma que por momentos parecía pasar frente a mí como una película en la que desperté, agradecí, disculpé, entendí y guardé en el corazón todo lo que no había podido hacer anteriormente.
Comprendí que la búsqueda interior no tiene idioma ni nacionalidad; en aquella ruta éramos todos iguales, sin importar de qué países provenimos; estábamos buscando lo mismo: entender los misterios de la vida, encontrar la paz interior, o simplemente disfrutar del milagro de estar vivos en ese lugar y momento apreciando con la mismas ansias de un niñito que recién empieza su recorrido.
Como todo camino de la vida, éste relato irá descubriéndose paso a paso, mes a mes.
Paz y Bien. Sé feliz y haz feliz a los demás.

Puedes leer la segunda parte de este artículo Bajo el Cielo de Compostela, haciendo clic AQUÍ.

María José Lencina

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